jueves, 30 de junio de 2011

ENTRE JERUSALÉN Y EMAÚS ENCONTRÉ ÁNGELES DE LA GUARDA

En estos tiempos que corren en los que prima el “tanto tienes, tanto vales” y en los que tanto la moral como la axiología han quedado en un segundo plano, me viene a la mente el relato pascual del capítulo 24 de San Lucas, en el que nos habla de dos discípulos desencantados que caminan hacia Emaús.
 Este relato de Emaús me parece de una manera muy simbólica y a la vez muy real, como una forma de “decirme” a mí mismo, y lo considero un texto para ayudar a interpretar el momento que viví y cómo descubrí ese compromiso al que nos invita Jesús.
 El eje por el que discurra mi narración será este texto lucano que probablemente, como ya he dicho, se adapta a la perfección a mi vivencia en el campo de trabajo de El Portal.
Al igual que esos discípulos, nuestro camino en la vida puede estar marcado de decepción, tristeza y frustración. “Esperábamos que él fuera el liberador de Israel”, decían los dos discípulos. En todo momento intentamos adaptar a Jesús a nuestro mensaje en vez de adaptarnos nosotros al suyo. Queremos que Dios sea como a nosotros nos gustaría que fuera, e incluso en algunas ocasiones hasta nos lo creemos.
Como esos dos discípulos que intentan hallar un Jesús a su medida estaba yo, con un cierto tono de desencanto, con un cierto matiz de sinsentido. Pretendía, al igual que esos discípulos, que Jesús asumiera un mesianismo de poder y sin embargo, vi despedazadas todas esas proyecciones, hechas añicos y tiradas por tierra. El pensamiento egoísta y sobre todo una visión utilitarista, me tenía los ojos cerrados como el mismo Lucas nos narra cuando Jesús se les aparece en el camino: “sus ojos estaban como imposibilitados para reconocerlo”. Marchan cabizbajos sin mucho sentido y con cierto regodeo en el nihilismo que parece que les embarga por dentro.
Entre Jerusalén y Emaús, acontece el resucitado y ¿por qué no puede acontecer la tarea del cristiano en el camino? En este fascinante camino que es la vida, topé con unos ángeles, unos ángeles de la guarda. Las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda irrumpieron en mi vida, sin hacer ruido, de forma lenta pero segura. Y poco a poco me fueron mostrando al verdadero Jesucristo en la gente de una barriada como es El Portal: niños jugando en la calle, ancianos que lo pasan mal para llegar a fin de mes, jóvenes enfermos y a los que el barrio no les beneficia en un crecimiento tanto intelectual como espiritual. En esta gente encontré realmente el significado de ser cristiano, de estar comprometido y de cómo, a pesar de lo que diga la prensa y los medios de comunicación sensacionalistas, hay gente que da su vida por los demás, como es el caso de las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda en la barriada de El Portal.
Fue entonces cuando comprendí que, aunque parezca obvio, en el centro del cristianismo está Jesús, no está un libro, ni un culto, sino Jesús como parábola viva de lo que es Dios.
A propósito de esto querría hacer una reflexión sobre ese clima que hay hoy día de mediocridad espiritual. Un clima que se crea porque realmente no somos discípulos de Jesús al no comprender su mensaje, al igual que le pasara a los de Emaús. Tenemos que estar preguntándonos constantemente qué estamos aprendiendo de Jesús.
Las Hermanas, al igual que hiciera Jesús con aquellos dos discípulos, me fueron acompañando por el camino que fue esa experiencia para mí. Me explicaron, me guiaron y fueron hermanas mías. Realmente puedo decir que en ellas y en el barrio pude encontrarme con Dios, con Jesús resucitado. Sin lugar a dudas ha sido la experiencia que más me ha llenado el corazón para poder ser luz y sal de este mundo que tanto nos necesita y al que cada vez más le damos la espalda.
Las Hermanas del Santo Ángel me han dado ejemplo de cómo ser discípulo de Jesús, porque están con los que más las necesitan, como hiciera Jesús en esos pueblos pobres. Jesús anda con ellos fundiéndose y haciéndose uno con esos pueblos, como hacen las Hermanas en El Portal.
Como dice José Antonio Pagola: “el problema serio para nosotros es que al hacerse hombre, Dios se ha hecho un vagabundo, y desde los últimos nos ha empezado a hablar”. Por eso es tan difícil seguir a Jesús en este mundo que nos rodea. Pero he sido testigo de estas mujeres, que sí se han encontrado con Jesús y que ya no pueden estar pasivas. Ellas, desde El Portal, me han dado vida, pero lo mejor no es que me hayan dado vida a mí, sino que lo están haciendo día a día con toda esa gente, que las necesita y que se beneficia de la labor tan maravillosa que prestan. De ellas aprendí que para vivir humanamente y para poder hacer un mundo más humano, en nadie lo encuentro como en Jesús.
En este recorrido desde mi Jerusalén a mi Emaús donde me encontré con un Jesús real, resucitado y que me habló, he conocido a muchos jóvenes de la barriada, que tras el trabajo de las Hermanas, han madurado, estudiado, y en una realidad nada beneficiosa están creciendo y ayudando a crecer a los más pequeños. Con el corazón en la mano sólo puedo darle las gracias a las Hermanas con las que viví y espero vivir muchos años este campo de trabajo y a todas las Hermanas del Santo Ángel por ser realidad viva del Evangelio y hacer que gente como la de El Portal pueda tener oportunidades en la vida.
Yo, como aquellos discípulos de Emaús, corro a contaros que he visto a Jesús, ahora te toca a ti, que estás leyendo esto, ir a verlo y vivir con Él.

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